jueves, 30 de agosto de 2012

Contar para no olvidar

Las telediarios se hacen eco del último juicio sobre la guerra que desintegró a la antigua Yugoslavia, sentando en el banquillo al enésimo acusado de genocidio. Me acuerdo entonces de que el problema lo había conocido yo de primera mano, cuando realizando un seminario en la Universidad de Hamburgo se sentaron ante nosotros tres chicas que acababan de llegar de la guerra dispuestas a contarnos sus experiencias. Transcribo aquí lo que escribí entonces:

Cuando oía sobre la guerra de Croacia y Serbia, comenta una de las chicas, no pensaba que pudiera llegar hasta Bosnia. En Bosnia, más que en ningún otro sitio, estábamos unidas las tres culturas y nunca habíamos hecho distinción entre ellas, había incluso judíos, gitanos y otras minorías, y el que croatas y serbios se estuvieran pegando, para nosotros no suponía nada, yo todavía tardé mucho en aceptar que la guerra también llegaría hasta nosotros. A veces se lo comentaba a mi madre, pero ella decía que no, que no podía ser, ella era todavía mucho más escéptica que yo. Un buen día quise pasar por un barrio serbio de la ciudad y me paró una patrulla armada, me pidieron el carnet, se lo enseñé y cuando vieron por mi apellido que era croata, no me dejaron pasar. Entonces decidí falsificar mi carnet de identidad y ponerme un apellido serbio. Acabábamos de mudarnos de barrio, nadie nos conocía, y como nuestro barrio era de mayoría serbia, me pareció lo mejor para poder moverme sin ningún problema por la ciudad. Las cosas fueron empeorando. Mi nueva identidad me daba vía libre para cruzar cualquier zona serbia sin problemas. Con la salida de las patrullas armadas en las zonas serbias era prácticamente imposible moverse por la calle sin ser controlada… y mucho menos a la noche, a partir de las ocho la calle se quedaba vacía. Mucha gente, serbios, croatas y musulmanes se unieron y se echaron a la calle en manifestaciones a las que acudía media ciudad. La gente estaba de verdad muy unida, pero había otra gente, la gente que no tiene nada en la cabeza, esos son los que empezaron todo. Se apostaban en las colinas que rodean la ciudad y empezaban a disparar contra la gente con rifles de mirilla telescópica. Son los francotiradores que hoy siguen haciendo lo mismo. Empecé a ver los primeros signos de violencia en la calle. Desde la ventana de mi casa veía como agarraban a las chicas por la fuerza, las metían en un coche y se las llevaban. Nunca más las veías. Un día oí gritos en la calle, me asomé a la ventana, unos soldados habían cogido a una amiga mía, la violaron allí mismo, en la calle, la gente miraba por la ventana, nadie hacía nada, nadie podía hacer nada, sólo mirar irremisiblemente por la ventana, y la mataron y la dejaron allí tirada, la chica no mueve ni un dedo, ni una pestaña, no titubea, lo narra como si lo viera, con una voz suave, sin odio ni rencor, no sé por qué, nadie quiere interrumpirla, me fijo en las otras dos chicas serbias, unas veces la miran, otras bajan la cabeza, no sé qué pensarán, el pasear por la calle a cualquier persona que no fuera serbia era absolutamente imposible, en mi camino hacia casa he visto de todo, delante de mí han asesinado a sangre fría, con un Kalashnikov, a mucha gente, a muchas chicas, con un tiro en la frente, yo no miraba y seguía mi camino, yo era una serbia, todos me identificaban como serbia ya, pero a los demás los mataban, allí ya se sabía quién era serbio o quién no, no necesitaban preguntar. Un día fui a visitar a una amiga, la puerta estaba, como siempre, abierta, ella siempre deja la puerta abierta, cuando entré en la habitación lo primero que vi fue a su madre muerta en el suelo, degollada, le habían cortado el cuello, mi amiga no estaba, no la volví a ver, no me molesté en buscarla, no podía buscarla, no podía hacer nada. Un día quise salir de allí, me largué sin problemas, porque yo era una serbia, pero mi madre quiso quedarse, tarde un año y medio en volver a verla, yo me vine aquí, a Alemania, y hace tres semanas nos juntamos las dos en Croacia, me contó como salió de allí, por un túnel de 800 metros de largo, y ella hacía el gesto, extendiendo las manos, de cómo era el túnel, medio metro de alto, medio metro de ancho, no sé, quizá exagere, no puede ser, sin apenas aire, sin luz, un túnel de vida para salir de la muerte, un túnel de muerte para salir a la vida, todo me defraudó en Croacia, vi que había el mismo odio, no me gustó y nos vinimos acá. Me fijo en la gente, todos callan, el profesor comenta algo, los demás piensan, yo también pienso, cuando se oye una verdad como esta no es fácil digerirla, todos tenemos en la cabeza las palabras de violación y asesinato, las otras dos chicas la miran, después comentan que ha sido como un monólogo contra los serbios y yo les contesto que sólo ha sido la narración de su propia experiencia, pero que ella también ha estado en Croacia y que allí, aunque no ha vivido la misma experiencia, sí ha visto el mismo odio, el mismo odio que ha causado todas esas atrocidades en su ciudad. Ellas se callan.

1 comentario:

  1. Contar para no olvidar, un buen título para una buena historia. Gracias.

    Atentamente,
    Señorita Larsson :)

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