sábado, 19 de noviembre de 2011

Memorias de África

No hace mucho que leí un libro que ha despertado en mí una extraña sensibilidad por todo lo que concierne a África. Es un libro especial porque es simbiosis de una doble pasión: la pasión por un continente exótico y la pasión por narrar. Se titula “Lejos de África”, aunque sea más bien universalmente conocido por “Memorias de África”, la película que tomó como base la biografía de una mujer singular.

Isak Dinesen fue una joven aristócrata danesa que emprendió viaje a África para hacerse cargo de una hacienda familiar en la que permaneció durante diecisiete años. La atracción y el amor que sintió por el continente y sus gentes nos ha dejado uno de los libros más sinceros y emotivos de la literatura europea del siglo pasado. Y su lectura me conduce a preguntarme, pobre ignorante de mí, ¿qué escenario es ese donde todavía confluyen de semejante manera cultura, magia y naturaleza?
Describir la sensación que yo tengo de África me resulta bastante difícil, sobre todo sabiendo la dificultad que han tenido en ello los que han ido a descubrirla y describirla antes que yo. Hay algunos ejemplos imponentes: El corazón de las tinieblas de Conrad y la biografía de Edward Rice sobre Richard Burton, el gran explorador de las fuentes del Nilo.
En ambos libros se detallan las interioridades de un continente de hace cien años en el que todavía las fuerzas mágicas, irracionales y desatadas dirigían los pasos de las vidas que lo habitaban. Escuchando hoy en día la información que nos llega a través de los medios, uno tiene la impresión de que África conserva, todavía, las huellas de lo auténtico… ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo tardará en ceder definitivamente a la presión de occidente? No lo sé, pero Europa lleva décadas extrayéndole la savia que la recorre y el marfil que la decora para convertirla en parte de su merchandising particular. Lo expresó de forma muy clara Alberto Moravia en un libro encantador, “¿A qué tribu perteneces?”, al afirmar que lo que se ha hecho con África no ha sido descubrirla, sino cubrirla… cubrirla de civilización europea.
Yo creo que África debería de evolucionar hacia “primer mundo” con personalidad propia, manteniendo su idiosincrasia, conservando su policromía, sin romper de raíz el vínculo con su pasado. Y es que veo a África como una amalgama de tribus sin límites precisos, de razas eternamente enlazadas, de idiomas transfronterizos, de animismos que fluctúan, de paisajes que se confunden, de mentalidades que se solapan, de colores que se entremezclan, de naturaleza que trashuma; y todo ello muy lejos de los clichés que a nosotros los europeos nos constriñen, de la rigidez de espacios que nos ahogan, de la altura insalvable de los muros y fronteras que continuamente estamos erigiendo a nuestro alrededor. África no debe tomar ejemplo de nosotros. No merece eso. África debe seguir conservando la riqueza de culturas que la une y la vertebra, el ritmo febril de su actividad, el agolpamiento de quehaceres que se observa en sus zocos y sus mercados, que son “al mismo tiempo reunión religiosa, asamblea política, encuentro mágico, intercambio cultural”, como bien decía Moravia, queriendo indicar con ello que en África ningún objeto está sujeto a la rigidez, inflexibilidad e intolerancia a la que nosotros estamos tan acostumbrados.
Nuestro sistema judeo-cristiano, individualista y capitalista que lo unifica todo no tiene por qué ser aplicable a un continente que se mide conforme a otro registro de valores. Frantz Fanon, psiquiatra y filósofo de Martinica y uno de los grandes estrategas del FLN argelino en la guerra contra el colonialismo francés, dejó escrito: "No rindamos tributo a Europa creando Estados, instituciones y sociedades que derivan inspiración de ella. […] La humanidad espera de nosotros alguna otra cosa que una imitación, algo que sería una caricatura obscena”.
Yo entiendo que la diversidad que emana de todos sus códigos culturales y que se encuentra directamente vinculada con una forma de entender las cosas y conceptuar el mundo convierte a África en un ejemplo ancestral y atávico de lo que nosotros nos hemos dejado por el camino y ya no podremos recuperar. Entender esto no es muy difícil si pensamos que a Europa nos une un solo Dios Globalizado y Eternamente Consumado, mientras que en África Dios se esconde incluso tras la humanidad que transmite cualquiera de sus organismos. Adorar a un baobab como si fuera un ancestro tuyo puede sonar de lo más pueril e irracional desde la perspectiva hedonista y mercantil, irreverente y arrogante de esta nuestra civilización. Pero lo único que quiere decir es que en África el mundo mágico está entero, intacto y funcionando, que su sociedad no está desvinculada de la naturaleza ni del mundo animal, que su savia fluye, que sus cuerpos vivos o muertos son existencias que emanan cultura propia, que es la base misma de cualquier conciencia y de cualquier independencia.
No sé si quedará algo de ello el día en el que en África comiencen a despuntar sus pandemocracias en forma de banderas, himnos y selecciones nacionales, y si no será entonces cuando se esfume su magia milenaria igual que se derriten las nieves de sus cumbres. Y yo quisiera llegar antes para poder explorarla y descubrirla, antes de que se derritan sus nieves perpetuas, de que se extingan sus fósiles vivientes y de que ya no se encuentren sus horizontes lejanos.

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