domingo, 25 de diciembre de 2011

Querido hijo:

Ya sé que estas no son maneras de felicitarte, así, mediante una nota que al tacto resulta bastante más áspera que un beso. Pero no me queda otra. Soy consciente de que las posibilidades de poder celebrar contigo tu decimoctavo cumpleaños son tan reducidas como las de poder celebrarlo con tu abuela, que en paz descanse. Pero del regalo no me he olvidado, no. El regalo es algo que tu padre y yo llevamos más de tres años preparando, exactamente desde el mismo día de nuestra separación. Porque siento decirte que el amante que todas las noches me reclamaba junto a su lecho en la otra punta de la ciudad no era otro que tu padre y que nuestra separación no fue más que un montaje urdido con la intención de poder disfrutar de un hogar, sin los sobresaltos de ver pasar repentinamente una sombra sin figura, un intruso sin modales. Así que para que no te vuelvas a sentir importunado por los sonidos antinaturales de un despertador o una lavadora y te puedas explayar a tu gusto, hemos decidido regalarte el piso.