martes, 28 de junio de 2011

Joanna de Uterga, 1547

Su padre no había pronunciado ni una palabra durante todo el viaje, pero Joanna leía el gesto de preocupación en aquel rostro que asomaba entre el gorro de grana y la sobrepelliz. Habían partido de par de mañana para llegar a Pamplona a la hora del juicio, municionados con el pan, la chacina y la correspondiente posta de sardinas arenques en salazón que su padre canjeaba por vino a un mercader guipuzcoano. 

lunes, 13 de junio de 2011

La vida es sueño

La realidad de nuestros sueños, aunque sólo sea fantaseada, la vivimos con una fogosidad tal que muchas veces, al ver como se pulveriza de golpe por la dolorosa llamada de nuestro despertador, nos deja desconcertados y confusos. Despertar a deshora en mitad de un profundo sueño es penoso. Pero si además te encuentras sobre la arena dorada, frente a un mar infinito y a la sombra de una sombrilla de palmas, entonces el día se te puede hacer tan insoportable como se le haría a un condenado que sufre mazmorra y tortura. Esa puñetera manía que tenemos de soñar que somos libres y que no estamos atados a nuestra cotidianidad hace que nuestros despertares sean a veces tremendamente aciagos. A menudo nos tenemos que enfrentar al hecho de encontrarnos despiertos en cuerpo pero no en alma, porque nuestra cabeza se ha quedado a medio camino en alguna isla del océano. Y, hasta que consigues despoblar tu cabeza de aquellos sueños, pululas con una especie de descompensación horaria como si te hubieras quedado en otro huso y llegaras con un par de horas de retraso a todo. Arrastras el jet lag durante todo el día con la esperanza de que al día siguiente, si tienes suerte, todo vuelva a su normalidad.
Son días en los que casi es mejor hermetizarse. Nada ajusta. Te levantas y ni siquiera te viene la gatica a restregarse en la tobillera. Y, antes de salir del piso, echas una mirada por la mirilla para no toparte en el rellano con ningún vecino que quiera anunciarte su predicción meteorológica. No lo soportarías.
Pero en cambio, otros días, sin ni siquiera saber lo que has soñado, parece como si fueras a comerte el mundo. Sientes todas tus chakras interiores tan conectadas con el entorno que parece que fueras a remolque de alguna extraña energía, como cuando de joven te ponías en la playa de espaldas al mar esperando a que alguna ola te arrastrara y llevara en volandas. La conexión es total. Percibes tu sintonía con el resto del mundo, tienes la sensación de estar soñando despierto y te sientes seguro de que ni la predicción meteorológica más catastrofista vaya a alterar tu estado de ánimo. Es más, sólo te lo reafirmaría. Y no sabes por qué.
Quizá la mejor manera de explicarlo sea trascribiendo un hermoso cuento de Giovanni Papini, un escritor italiano correligionario de Mussolini y pasado de rosca pero con una sensibilidad especial para los cuentos. Se titula “El reloj parado a las siete” y lo he extraído de un libro de Jorge Bucay.
"En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas, detenidas desde casi siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto.
Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del mundo.
Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que una vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él.
También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía.
Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora.
Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como mi amigo el reloj, también se me escapa el tiempo de los demás.
Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida.
Pero sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía del universo.
Casi todo el mundo, pobre iluso, cree que vive.
Solo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad.
Por eso te amo reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo."