domingo, 1 de abril de 2012

Queridas niñas, queridos niños:

Os escribo esta carta para avisaros de que ya se está pasando el invierno y que pronto estaré de vuelta. Os preguntaréis quién soy, quién es la que llega ahora que los Reyes y el Olentzero se han ido, después de haber cumplido, con creces, con sus arrebuchas de chucherías y regalos. Pues deciros que no soy otra que la que alegra los atardeceres de vuestros pueblos, la que pone música al bullicio de vuestros parques, chasqueando con su pico y acompañando al redoble de las campanas. Soy la que os observa, divertida, desde su atalaya de la torre: soy la cigüeña.

Son tantos los años que he convivido con vosotros mientras jugabais en el parque que me conozco al dedillo toda vuestra jerga infantil (friki, pocho, chorolo, pringi…), todos vuestros juegos (el carabín-carabán, el bote-bote…) y todas vuestras comedias y teatros para apurar hasta el último segundo para tiraros por la chirristra o intercambiar cromos, antes de dejarme tranquila para conciliar el sueño.
Pero antes de volver de mi largo periplo por África he decidido escribiros esta carta para contaros la experiencia tan hermosa que supone volar sobre este maravilloso continente. Así que os lo voy a explicar de tal forma que es como si lo vierais con vuestros propios ojos.
Seguro que alguna vez habéis cogido un avión o subido a algún monte alto desde el que habéis visto, a vuestros pies, algún paisaje inabarcable. África no es muy diferente de cualquier valle de nuestro entorno, sólo que parece que el artista que la creó hubiera puesto un poco más de empeño y de imaginación en dibujarla. Imaginaos entonces toda la variedad de matices de la paleta manoseada y pintarrajeada de un artista: todas las gamas del verde, desde el verde oliva al esmeralda, y las tonalidades del azul, desde el turquí hasta el aguamarina, y los brillos de la luz, desde el más pálido al más espeso. Así se distingue África desde el aire. Se podría decir que el artista no solo se sirvió de los colores, sino que también tomó como muestra la misma paleta con la que los mezclaba para dibujar el contorno del continente. Porque… ¿acaso no tienen la paleta que usa el artista y África la misma silueta?
Pero lo que más impresiona es ver que cuando te acercas y observas con detenimiento te das cuenta que todos esos colores están en movimiento: las tormentas doradas de arena, las bandadas rosáceas de flamencos, las avenidas turbias de los ríos, los rebaños estampados de cebras… Y te sigues aproximando, planeando en círculos, y te fijas que esos colores no parecen lo que son, no son uniformes, sino que más bien son una inmensa composición de colores minúsculos, de detalles imposibles de captar si no te acercas a ellos. Como cuando tenéis una foto en el ordenador y la ampliáis mil veces hasta que veis con claridad cuáles son los verdaderos colores del iris de vuestro ojo. ¡Probad y picad sobre el ojo y ya veréis que sorpresa os lleváis!
Y entonces distingues los corronchos naranjas y dices: ¡Ahí están las jirafas! ¡Nadie es capaz de erguir el cuello como lo yerguen ellas! Y crees ver pasar una especie de sombra amarilla que se desliza a una velocidad endiablada y saltas, ¡mira el guepardo!, ¡nadie es capaz de alcanzar una velocidad tan vertiginosa como la que él alcanza! Y lo que parece una espesa mata de arbustos no es otra cosa que ¡el mismísimo rey león!, ¡nadie es capaz de acicalar su melena como él la acicala! Y ves la sombra de un inmenso animal extenderse sobre la arena y te maravillas porque ¡nadie es capaz de arrodillarse como se arrodilla un camello! Y ves a las madres más tiernas del mundo animal, las elefantas, y te fascinas porque ¡nadie sabe espolvorearse la cara como ellas se la espolvorean! Y esto no es ningún trabalenguas, sino la realidad propia de una tierra que busca mantenerse original y única. Como la obra maestra de un artista.
Y de vez en cuando paro en los pueblos más apartados buscando la tranquilidad para recuperarme del duro esfuerzo del viaje. Como siempre, busco la torre desde la que poder observar al gentío, porque soy un poco cuscusera y me gusta enterarme de lo que sucede a mi alrededor. Pero a quien verdaderamente busco y con quien verdaderamente me lo paso en grande es con vosotros, las niñas y niños. Me escondo con vosotros, me columpio con vosotros y corro con vosotros, y si me veis chasquear con el pico, eso no es más que una indicación de que me estoy riendo con vosotros. Esa es la razón por la que nos aproximamos tanto a los parques, por la alegría que sabéis contagiar y que es parte inseparable de vosotros.
Porque si hay un idioma que es internacional, que no hace falta de ningún cursillo para aprenderlo ni para entenderlo y que todo el mundo está en condiciones de hablarlo, ese es el lenguaje sincero de la risa infantil. Y es que para reírse no hace falta más que una tontería y una boca con toda su dentadura para expresar su alegría. ¡A cuántos mayores les gustaría reír como reís vosotros! E incluso me atrevería a decir: ¡A cuántos mayores les gustaría llorar como lloráis vosotros!
Así que pronto estaré de vuelta. Mientras tanto… enseñadles a vuestros padres y madres a jugar y a soñar, a reír y a llorar. ¡Hasta pronto!

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