domingo, 25 de diciembre de 2011

Querido hijo:

Ya sé que estas no son maneras de felicitarte, así, mediante una nota que al tacto resulta bastante más áspera que un beso. Pero no me queda otra. Soy consciente de que las posibilidades de poder celebrar contigo tu decimoctavo cumpleaños son tan reducidas como las de poder celebrarlo con tu abuela, que en paz descanse. Pero del regalo no me he olvidado, no. El regalo es algo que tu padre y yo llevamos más de tres años preparando, exactamente desde el mismo día de nuestra separación. Porque siento decirte que el amante que todas las noches me reclamaba junto a su lecho en la otra punta de la ciudad no era otro que tu padre y que nuestra separación no fue más que un montaje urdido con la intención de poder disfrutar de un hogar, sin los sobresaltos de ver pasar repentinamente una sombra sin figura, un intruso sin modales. Así que para que no te vuelvas a sentir importunado por los sonidos antinaturales de un despertador o una lavadora y te puedas explayar a tu gusto, hemos decidido regalarte el piso.

Pero antes que nada quiero darte algunas indicaciones para que en un futuro no nos puedas denunciar por abandono de hogar y desamparo familiar.
Lo primero que siento es tener que darte la mala noticia de que la casa no es tan inteligente como pensabas y que la inteligencia de la casa guarda una misteriosa correlación con la inteligencia de los seres que la habitan, una correlación que, por cierto, ningún estudio científico ha conseguido hasta la fecha desvelar.
A la cocina, ese extraño laboratorio del final del pasillo, como tú lo llamas, mejor que sigas sin entrar. Resulta demasiado complicado dominar las técnicas de las reacciones químicas que allí se fraguan y el riesgo de poner en peligro a todo el barrio es demasiado amplio como para dejarlo en manos de un practicante.
Al microondas mismo ni siquiera hay que meterle monedas para que te saque un café con leche. Es bastante más complicado que todo eso: el café te lo trae un colombiano y la leche un aldeano. El único problema es que estés despierto cuando toquen el timbre.
El gato y el canario me los he llevado, así ya sólo tienes que alimentar a las cucarachas. Si éstas no te sobreviven, haznos un favor, informa del acontecimiento al mundo científico para que investiguen tu caso, ya que hasta ahora se pensaba que eran los únicos animales capaces de resistir una catástrofe nuclear.
También deberás de saber, por ejemplo, que el cubo de la ropa sucia no te lava la ropa, y que para ello se requiere de un largo proceso que, poco a poco y si pones empeño, irás descubriendo.
En cuanto a las plantas, buenas noticias, no hace falta que las riegues: están hechas exactamente del mismo material que las salchichas de las que te atiborras todas las noches, porque el tiempo me ha demostrado que no había planta capaz de resistir las fragancias de tu habitación, un perfume de una espesura tal que hubiera sucumbido a él hasta el fino olfato del protagonista de El perfume.
Por el exterior de las ventanas no te preocupes: el limpiacristales es discreto y no le importará encontrarte repantigado sobre la cama. Nos visita, por cierto, con asiduidad: en invierno viene desde el norte con fuerza y en verano, desde el sur por sorpresa. Eso sí, lo único que deberás tener en cuenta es mantener las ventanas cerradas cuando venga. Le pone de muy mala leche encontrárselas abiertas y, como represalia, te lo dejará todo perdido. Para limpiarlas por dentro te las tendrás que apañar tú con una difícil solución de agua y bayeta.
Para hacer la cama ya sé que no tienes ningún problema. Hace años que me he dado cuenta de que duermes a pleno gusto sobre ella gracias al clima tropical con el que nos obsequia la comunidad de vecinos. Pero eso sí, ten en cuenta que el orinal sólo tiene capacidad para siete meadas o así, y si pasa de ahí se sobra.
Habrás de guardar un difícil equilibrio para que el piso no se te convierta en la casa de los horrores, así que no puedo menos que ponerte al corriente de unas pocas leyendas que circulan por ahí: me han comentado que un frigorífico que pasa hambre es capaz, en un descuido, de engullirte hasta el brazo; si no sacudes con frecuencia el felpudo de bienvenida puede que un día produzca monstruos capaces de devorarse a la abuela del tercero; de los desagües, qué te voy a contar, que se atascan por la sobrealimentación a la que son sometidas toda clase de extrañas criaturas que allí anidan; ten cuidado con la exposición continuada a las emisiones electromagnéticas de algunos aparatos eléctricos (léase tele, ordenador, etc.) porque pueden causar mutaciones síquicas, como en el caso de la abuela del tercero que para ver la serie “Cuéntame” desempolva el batín y la vajilla de los setenta; alguna mutación parecida, pero un punto exagerada, debió de sufrir el asesino de la catana; nada más que por prevenirte.
Y si necesitas que alguien te atienda llama al servicio, al 112 o a telepizza, pero por nada del mundo acudas a nosotros, que nosotros ya hemos cumplido. Tu madre.

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