lunes, 19 de marzo de 2012

Un lugar en la Historia

No sé quién fue el que dijo que la Historia era una cuestión demasiado seria para dejársela a los historiadores. La Historia es vanidosa, se alimenta de amor propio, y cuando alcahueteamos en ella siempre pasamos de largo sus páginas más incómodas, como cuando hojeamos el álbum de nuestra adolescencia. A nadie le agrada airear ni al cierzo ni al bochorno los deslices de su juventud descerebrada. Pero hay que aprender de los errores del pasado y para ello no nos queda otro remedio que rememorarlos. La Historia no está escrita por los vencedores, como nos insinuaron y quisieron hacer ver, sino por una élite de figuras egregias que se han repartido el pastel con todas sus puntillas de merengue, mientras al vulgo no le quedaba otra que conformarse con las raspas. En la Historia siempre ha habido unos perjudicados, las víctimas, y si de verdad queremos hacer memoria histórica, comencemos, pues, por ellos. Que sean ellos los que reescriban la Historia.

Situémonos en un día cualquiera de 1644 sobre la cubierta de un navío, frente a las costas de Flandes. En el castillo de popa un oficial de fornitura militar impecable despliega su catalejo apoyado sobre la boca de una cañón humeante y está a punto de llevarse la gloria y los honores para hacerse un hueco en algún tomo pesado de la Historia. Conocemos su pose, se nos hace familiar, es una página más del álbum de la Historia sobre la que nos detenemos para enseñársela a nuestros hijos. Sin embargo, que se arrasara con un quejigal para fundir los cañones o con una tribu del África negra para la consecución de esclavos para construir la flota bergantín, todo eso no importa; esos detalles no son más que las incomodidades menores que pasamos por alto. La vanidad que nos ciega cuando rememoramos no nos dejará descender a los sótanos de aquel bajel donde un ejército de condenados se esmera en compenetrar al máximo el golpe de remo para no encallar en alguna barra traicionera; allí donde los cuerpos desnudos muestran los padecimientos que han debido sufrir: marcas de aherrojamientos, las huellas del hierro candente, cicatrices de ahorcamientos frustrados, cegamientos y desorejamientos, señales de arrastramientos y taladramientos. Muchos de ellos hubieran reconocido el delito del que injustamente se les acusaba, a sabiendas de que la muerte más cruel hubiera resultado más liviana que las torturas sufridas; morir quemado, enforcado, descabezado, estrangulado, ahogado en sacos, embreado con la pez, pasado por la rueda, descuartizado, zaparrastrado o enterrado vivo sobre el cuerpo corrompido de la supuesta víctima, hubiera resultado una experiencia frugal en comparación con el paciente proceder de un verdugo ante su instrumento de tortura. Pero su confesión hubiera acarreado también la confiscación de muebles e inmuebles de su familia y la quema o derribo de la casa. Vivirían en tormento pero nunca atormentados por la imagen de su familia humillada y expropiada de todos sus bienes.
Entre toda aquella legión de desahuciados se encontraba un puentesino, Yñigo de Mezquiriz. Acosado por las envidias se había visto envuelto en un proceso que, aunque hoy en día nos suene bizarro, es testimonio real de lo que allí ocurría:
“…estando desnudo, eceto de unos calconzillos de lienço… fue amonestado por los dichos señores Alcaldes segunda vez diga la verdad, si tubo el dicho acto consumado con la dicha potranca, dijo que no tiene nada que confesar, fue preguntado tercera vez… y estando a vista del tormento, dijo que no tiene que confesar y que quiere padeçer sin culpa y los dichos señores Alcaldes le protestaron que si dandosele el tormento muriere en el o que se le quebrare alguna pierna o braço o se le sale alguna lesion, corra por su quenta… mandaron al dicho ejecutor de la justicia le ponga en el tormento de la mancuerda… le apercibieron diga la verdad y dijo no tiene que decir nada, vista su negativa se le manda dar la primera mancuerda… y en basquenze decia, padre eterno… se le dijo al dicho ejecutor de la justicia no afloxase y yciese bien su oficio… fue preguntado diga si le metio el miembro viril en el baso y la natura de la yegua, a lo que respondio, asi me castigue Dios… que estan martiriçando a un cristiano… que tiene dicho la verdad… y que en el otro mundo no padecerá y tendra descanso… estos tormentos sean el descanso de mi alma… y por insistir siempre en su negatiba se le mando dar la terçera mancuerda… dijo que no havia llegado a haçer nada y que tuviesen unos coraçones tan duros… le mandaron al dicho ejecutor de la justicia, que sin aflojar le apretase y le diese la quarta mancuerda… diciendo que tenian poca compasión de verlo padecer en el tormento… no me daran un trago de bever, que me muero y voy a desmayarme… y que el no savia de estos tormentos… que diga…si metio su miembro biril en el baso o la natura de la dicha potranca… ay madre de Dios, para que me naciste, que yo e de pereçer de este modo… que un cristiano pueda pasar tanto mal y nadie le tenga duelo… le apercibio diga la verdad, porque de no decilla, se pasara a otro tormento mas fuerte, que es el del potro de garrotes…”
Condenado a diez años de galeras, le fue conmutada la pena a los dos años, durante los cuales se le pasó varias veces por la cabeza el pensamiento de que algún día, quizá, él también tuviera un lugar en la Historia. Este es su lugar.

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